Como todos los años la Iglesia celebra el 1 de Enero, Fiesta de Santa María Madre de Dios, la Jornada Mundial de la Paz. A la paz hay que prepararla, la debemos conquistar, para ello es necesario tener certezas y encontrar testigos que vayan haciendo su camino. La paz no se impone, es fruto de la verdad, de la justicia y del amor. A ella se oponen los egoísmos, los deseos de dominio sobre el otro, la guerra, la muerte, el comercio de la droga, la ausencia de valores morales que rijan la conducta del hombre y de los estados, en esta lista podríamos extendernos desgraciadamente. Pablo VI, que inauguró hace 44 años esta Jornada, decía que se necesitan para alcanzar la paz en el mundo: “sobre todo armas morales, que den fuerza y prestigio al derecho internacional”. Es tarea del Derecho dar a cada uno lo que le corresponde, a nivel internacional es un escándalo asistir a situaciones que ofenden la dignidad del hombre.
Entre estas armas morales, Benedicto XVI propone para este año una que considera muy actual, frente a un estado de persecuciones, discriminaciones y actos de violencia e intolerancia religiosa en el mundo: “Libertad Religiosa, camino para la Paz”, nos dice. Lo religioso no es algo agregado exteriormente al hombre, sino que tiene sus raíces en lo profundo de su condición de ser espiritual y, por lo mismo, debe ser respetado y tutelado: “Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad significa cultivar una visión restrictiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana”. Si bien lo religioso tiene en la intimidad del hombre un lugar sagrado y personal, su expresión es inherente a su dimensión relacional. Lo religioso se vive y se expresa socialmente formando comunidades que necesitan su ámbito propio de libertad y expresión. Hacer de lo religioso algo sólo de la intimidad, es desconocer la naturaleza social del hombre. En este mensaje advierte frente a un fanatismo religioso, como a una hostilidad contra los creyentes que compromete, afirma, la laicidad positiva de los Estados. No se ha de olvidar: “que el fundamentalismo religioso y el laicismo son formas especulares y extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad. En efecto, concluye, ambos absolutizan una visión reducida y parcial de la persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo”. La libertad religiosa y el respeto por su expresión pública es signo de una sociedad que reconoce la dimensión espiritual del hombre. Creo que esta fundamentación doctrinal es un llamado claro del Santo Padre frente a los ataques y discriminación que sufre hoy la vida religiosa en general incluido, en algunos casos, el cristianismo como el catolicismo. Dios, además de ser la garantía de la dignidad del hombre, es fuente de razón y justicia en la vida de la sociedad.
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